Durante muchos años se ha luchado para que las personas con discapacidad, así como los familiares a cargo, reciban algunos beneficios que compensen las dificultades que sufren en su día a día. Pero, ¿qué ocurre cuando no se gestionan bien estas ayudas? La raíz de este problema radica en darle una ayuda económica a algunas personas con discapacidad bajo el planteamiento de que no son capaces de trabajar y ser independientes. Lo cierto es que hay muchas personas que por problemas de salud no pueden trabajar, sin embargo, también existe una gran mayoría de personas con discapacidad que se beneficiarían mucho más de los fondos públicos si estos se empleasen para enseñarles a ser autosuficientes. Con esto no quiero que se me mal interprete, veo estupendo que los colectivos más vulnerables reciban protección por parte del Estado, pero creo que hay que cambiar la concepción de que una persona discapacitada no es capaz de valerse por sí misma. Una persona ciega puede necesitar un asistente en un principio, pero si se le enseña a moverse por la calle y se adapta su casa conseguirá ser totalmente independiente, lo que se traduce en una calidad de vida mucho más alta que la de una persona dependiente. En los últimos años estamos aumentando nuestros esfuerzos para integrar a personas con discapacidad en el entorno laboral. Nuestro tejido productivo es tan complejo y tan amplio que existen tareas para personas con todo tipo de habilidades y formación. ¿Por qué no aumentamos los fondos para formar a personas con discapacidad? ¿Por qué no se les dan las mismas oportunidades que al resto? Una ayuda económica mensual soluciona muchos problemas de base pero hace poco cuando hablamos de crecimiento interior y satisfacción personal. No obstante, si luchamos por ganar autonomía todas estas personas ganarán en calidad de vida al cumplir metas que creían fuera de sus posibilidades.