Hace décadas que las instituciones educativas al más alto nivel han pasado de preguntar qué es la inclusión educativa a reconocerla como fundamental.
La inclusividad debe entenderse como sinónimo de un tejido social enriquecido por la diversidad, donde cada individuo puede desarrollar al máximo su potencial. La inclusión educativa no solo está vinculada a principios éticos, sino que resulta también una inversión en un futuro más equitativo para todos.
Cifras de la UNESCO recuerdan que aún hay grandes pasos por dar: entre 93 y 150 millones de niños en el mundo se encuentran en situación de discapacidad. De entre ellos, se sabe que quienes presentan trastornos sensoriales, físicos o de aprendizaje tienen el doble y medio de probabilidades que sus compañeros de no ser escolarizados nunca.
No obstante, la toma de conciencia en los últimos años se ha traducido en importantes pasos a favor de la inclusión educativa. Desde los Centros de Atención Temprana especializados en desarrollo infantil hasta iniciativas como las Aulas Estables, se ha avanzado para que la inclusión en educación ponga los cimientos necesarios para la integración de todos.
Pero, ¿qué es la inclusión en la educación exactamente y qué modelos existen para lograrla? Te lo contamos.
La inclusión en educación se define como un enfoque educativo que busca garantizar que todos los estudiantes tengan igual acceso a una educación de calidad, independientemente de sus características individuales.
Este enfoque busca recoger los derechos de niños y niñas con discapacidades, aquellos que provienen de entornos desfavorecidos, minorías étnicas, culturales o lingüísticas, o cualquier otra forma de discriminación o marginación.
Más específicamente, el derecho a una educación inclusiva está recogido en la Convención de Naciones Unidas de los Derechos de Personas con Discapacidad (artículo 24), que fue publicada en 2006.
En este texto, se explica el papel fundamental de la educación inclusiva para “desarrollar plenamente el potencial humano y el sentido de la dignidad y la autoestima”, además de “desarrollar al máximo la personalidad, los talentos y la creatividad de las personas con discapacidad, así como sus aptitudes mentales y físicas” y “hacer posible que las personas con discapacidad participen de manera efectiva en una sociedad libre”.
El texto además indica que los Estados de las Naciones Unidas deberán garantizar que “las personas con discapacidad no queden excluidas del sistema general de educación por motivos de discapacidad”.
Este enfoque marcó un antes y un después en la comprensión de hacia dónde debería dirigirse la educación inclusiva por varias razones. Quizás la más importante es que sentó las bases para reconocer como potencialmente dañina la separación de los alumnos con discapacidades en centros o clases segregadas.
Además, el texto describe la inclusión como un proceso que implica llevar a cabo diversas acciones con el objetivo de fomentar la diversidad y promover un sentido de pertenencia. Todo ello basado en la convicción de que cada individuo tiene capacidades propias y potencial y merece ser tratado de acuerdo a ello.
La transformación hacia una educación inclusiva verdadera depende directamente de que se pongan en marcha servicios y escuelas que funcionen como un ecosistema. El objetivo es que los centros sean capaces de responder a las necesidades de todo tipo de alumnos, incluyendo los que cuentan con discapacidades.
Así, no basta con la presencia de los alumnos con discapacidad o trastornos generalizados del desarrollo: todo el alumnado debe progresar al máximo de sus capacidades y tener un sentimiento de participación plena en la vida escolar.
Para ello, estas son algunas de las características de una educación inclusiva:
Las aulas reconocen y promueven la diversidad de habilidades, necesidades y antecedentes
Se realizan adaptaciones curriculares para satisfacer las necesidades individuales de todos los estudiantes (por ejemplo, se proporcionan materiales en formatos accesibles)
Los estudiantes con necesidades especiales reciben apoyo adicional en el aula (asistentes educativos, tutores…) para asegurarse de que tengan las mismas oportunidades de aprendizaje que sus compañeros.
Se fomenta la participación de familias y miembros de la comunidad en el proceso educativo, pues se entiende que la inclusión en educación es responsabilidad de toda la sociedad
Se reconoce a los niños y jóvenes con discapacidades como agentes del cambio y no solo como beneficiarios, afirmando su derecho a expresar sus opiniones en cualquier asunto que les afecte
En FUNDACIÓN JUAN XXIII la educación inclusiva es uno de los ejes que vertebra nuestra labor.
Así, hemos puesto en marcha nuestro Colegio de Educación Especial y las aulas estables con el objetivo de que niños y jóvenes con discapacidades o en situación de vulnerabilidad psicosocial tengan acceso a un entorno de aprendizaje que les permita desarrollar todo su potencial.
En el área de educación inclusiva, las aulas estables nos permiten llevar nuestro modelo a los colegios ordinarios, favoreciendo no solo la inclusión sino también la sensibilización de alumnos sin discapacidad
Así, este espacio se dedica a alumnos con necesidades educativas especiales que, aunque no pueden compartir el currículum ordinario con sus compañeros, sí pueden compartir espacios como el patio, comedores o el gimnasio. Se trata de un movimiento particularmente enriquecedor, pues en esos espacios se abre la puerta a compartir vivencias, juegos y amistad, es decir, a relacionarse como iguales.
Desde este punto de vista, desde FUNDACIÓN JUAN XXIII hemos establecido cuatro aulas estables en centros ordinarios en colaboración con el Colegio JUAN XXIII-Buenafuente: Nuestra Señora del Buen Consejo, Divina Pastora y Nuestra Señora del Pilar y Menesiano.
Gracias a esta iniciativa, nuestros alumnos reciben los apoyos que necesitan en un entorno de aprendizaje inclusivo, sentando las bases para una sociedad más justa e igualitaria.